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Gil Barragán Romero

7 de mayo de 2025 - Opinion

Eran meses de verano al inicio del curso, en mayo, y de invierno a su fin, en enero, que asistíamos a clases los estudiantes, entre aguaceros, humedad y el canto de los grillos. El maestro ingresaba al aula, donde, en número aproximado de cien, lo esperábamos ansiosos. Algunos, con cierto temor y mucho respeto, nos ubicábamos en los asientos de la primera fila. El salón era suficiente para albergarnos en la planta alta de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de Guayaquil, desde las siete hasta las nueve de la mañana. Ataviado de modo impecable, con traje y corbata, tiza en mano, el profesor, luego de pasar lista, en medio de un silencio absoluto, empezaba su clase. La Constitución de la República, el primer documento de la “biblia”, como llamábamos al compendio de leyes que, en un solo libro, de finas hojas y diminuta letra, en número de más o menos quinientas, debíamos tener todos a la vista, era el objeto de la materia del Dr. Gil Barragán Romero.

Eran meses de verano al inicio del curso, en mayo, y de invierno a su fin, en enero, que asistíamos a clases los estudiantes, entre aguaceros, humedad y el canto de los grillos. El maestro ingresaba al aula, donde, en número aproximado de cien, lo esperábamos ansiosos. Algunos, con cierto temor y mucho respeto, nos ubicábamos en los asientos de la primera fila. El salón era suficiente para albergarnos en la planta alta de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de Guayaquil, desde las siete hasta las nueve de la mañana. Ataviado de modo impecable, con traje y corbata, tiza en mano, el profesor, luego de pasar lista, en medio de un silencio absoluto, empezaba su clase. La Constitución de la República, el primer documento de la “biblia”, como llamábamos al compendio de leyes que, en un solo libro, de finas hojas y diminuta letra, en número de más o menos quinientas, debíamos tener todos a la vista, era el objeto de la materia del Dr. Gil Barragán Romero.

   Estamos invitados todos aquellos que, de uno u otro modo,
pudimos disfrutar de su amistad y de sus conocimientos. El Universo

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